Estábamos discutiendo por enésima vez si podíamos tener un
perro, mi hermana mayor estaba del bando de
los malos junto a mi madre. Por el contrario, mi padre y yo éramos los
buenos; y las víctimas del asco que les tenía a los perros mi hermana Sara y
las pocas ganas de mi madre de cuidar a otro ser vivo, ya que decía que con
papá, Sara y conmigo tenía suficiente.
Habíamos vuelto a perder otra discusión, yo tenía envidia de todos mis
amigos, ya que por lo menos tenían un
pez o algo con lo que chulearse delante de mí. Estaba cansada de tanta injusticia así que
decidí que era hora de dejar las cosas claras, y así se lo expuse a mi madre:
-Mamá, no quería llegar a esto; pero sino hay perro me voy de casa.-
cuando se lo dije mi madre se limitó a mirarme con ojos graciosos, soltar una
carcajada y sacudir la cabeza diciendo “de
verdad estos niños, que ocurrencias…”
Pues mi madre estaba muy equivocada, por lo que rápidamente me fui a mi
habitación, cogí una mochila y metí en ella un paquete de patatas fritas, dos
botellas de coca-cola, tres paquetes de chuches y un paquete de chocolatinas.
Después me dirigí a mi escritorio y rápidamente escribí una nota que decía:
Querida mamá:
Como ya te dije que tomaría
medidas drásticas y me ignoraste he cortado por lo sano.
Me voy. Dale recuerdos a papá y
a la insoportable de Sara.
Adiós, no me busquéis, ya que
no me encontraréis.
Guio.
Después de escribir la nota la pasé por debajo de la puerta de la
habitación de mis padres, cogí mi mochila y me la puse a la espalda, y por
último cogí mi osito de peluche . Pasé por el recibidor de mi casa antes de
salir y vi el bolso de mi madre, me acerqué lentamente y cogí cincuenta euros.
Los metí en el bolsillo trasero de mi pantalón y salí de casa.
Me quedé ahí parada un buen rato pensando qué iba a hacer. Por el
momento decidí ir a la caseta del perro de Tomás, mi mejor amigo, que solo
vivía a dos calles de la mía.
Aquella noche dormí con Rufus, el perro de Tomás. Pero me tuve que
despertar muy pronto para que la madre de Tomás no me viera y se lo dijera a la
mía. Salí de casa de Tomás y me dirigí a la parada de autobús justo cuando
paraba uno en la parada de enfrente de mi casa, así que corrí los metros que
faltaban para llegar a la parada. A pesar de que no sabía hacia dónde se
dirigía pronto empecé a reconocer el paisaje que nos rodeaba. Nos dirigíamos a
la ciudad.
Empecé a pensaren todo lo que podía hacer y decidí que lo primero era
lo primero. Iría a desayunar unos churros en celebración por el resultado de mi
huída.
Después de llenar mi estómago decidí que era hora de ir a hacer una
visita a los grandes almacenes. Fui a los que mi madre siempre decía que eran
los más grandes. Había de todo, pero lo que me llamó la atención fueron todos
los juguetes que había. Corrí hacia aquella sección y me maravillé. Estuve
recorriendo aquella sección durante un par de horas cuando creí que mis ojos
tenían visiones. Después de terminar allí me dirigí al supermercado que había.
Cuando llegué lo primero que mi
vista de felino divisó fueron los carritos de la compra.Me subí en uno y empecé
a darle con el pie derecho para coger velocidad. El caso es que no salió muy bien
como yo pensaba, ya que casi atropello a un pobre señor, después de hacer una
súper-maniobra me choqué contra una montaña de
cajas de cereales, y contra una estantería que estuvo a puntito de
caerse. Acto seguido de estos pequeños acontecimientos me echaron del
supermercado, así que me quedé un rato ahí quieta pensando en qué hacer.
Asique decidí irme a comer.
Después de comer mi bolsa de patatas y unas cuantas chocolatinas me
senté a la sombra de un árbol en un parque cercano a los grandes almacenes.
Saqué a mi pobre osito de la mochila. No quería arriesgarme a perderlo. Estuve
allí sentada, sin hacer nada hasta las cuatro.
Empecé a caminar sin saber muy bien qué hacer. Decidí ir al refugio de
animales. Cuando llegué me sorprendí muchísimo, ¡había demasiado perros
abandonados! Me acerqué al área donde los perros estaban haciendo sus cosas:
dormir, jugar, comer… me metí en el recinto y cerré la puerta. Empecé a
caminar. No había ninguno que me llamara la atención hasta que pase cerca de un
rincón, ahí estaba mi perro, fue como un “flechazo”, me había “enamorado” de
ese perro. Salí de la zona vallada y me acerqué al cuidador. El sacó al perro,
le entregué todo el dinero que tenía y nos fuimos.
Nos dirigimos al parque y nos pusimos a jugar con una pelota que Evol había encontrado de camino. En uno de
los miles de lanzamientos que hicimos la pelota se fue y Evol y ella, y no sé como pero acabamos en la
playa de perros de la ciudad. Así que me parece que por telepatía nos pusimos
de acuerdo ambos y corrimos hacia al agua sin pensárnoslo. Estuvimos allí un
buen rato cuando una voz demasiado conocida para mí me dijo: - ¿¡Guio, que
haces ahí!?- era la voz de mi madre, y parecía muy enfadada, yo tenía
mucho miedo… lentamente salí del agua y
Evol me siguió.
Mamá me llevó a casa junto a Evol.
Una vez en casa me preguntaron que dónde había ido, yo les conté todo
lo que había hecho desde que decidí ; cada vez que les contaba algo me miraban
con cara de asombro. Pero cuando llegó el momento de explicarles que había
adoptado a Evol porque me había “enamorado” de él no fue tan fácil como pensé.
Cuando me callé dando a entender que había terminado de hablar me
miraron fijamente (sobre todo papá y mamá) sin decir una sola palabra. Me dijo que nos quedábamos con Evol pero que
tenía que cuidarlo yo solita, a lo que acepté felizmente y cuando yo estaba
casi bailando de alegría mi madre añadió: PERO. Ante esa palabra yo me calmé
rapidísimo, sabía que eso no era nada bueno…
Esperé a que acabara la frase: -estas castigada por un mes sin ir a
visitar a Tomás y no puedes ver la televisión por tiempo indefinido.- al final
no había sido tan malo y además tenía un perro maravilloso.