Don Gustavo
Recuerdo como le quería, la
cantidad de veces que reí y llore a su lado. Sabía hacer sentir especial a
cualquiera, sus bromas sus sorpresas, sus locuras… hacían que mi vida aquí
fuese algo más interesante día a día… él se llamaba Pedro o Pepe o incluso hubo
días que llegó a llamarse María, pero para mí siempre fue Gustavo, Don Gustavo.
Yo trabajaba en una residencia y
sinceramente no recuerdo cuanto tiempo llevaba Gustavo con nosotros, pero sí sé
que era un fanfarrón y un desagradecido, nunca quería hablar con nadie y si lo
hacía lo hacía, de muy malas maneras. Pudo ser así, hasta que me conoció, o eso
decía él y siempre me repetía: “Sara, hija mía, me has cambiado la vida.” Pero la
vida me la cambió él a mí.
Yo le cuidaba y aunque estaba en
plena forma, tenía una gran barriga, que cada vez que se reía ésta se movía al
compás de su risa como si le acompañara, apenas tenía pelo solo un par de
cabellos blancos, y una sonrisa que podía hacer sonreír hasta la mínima persona
que se veía incapaz de ello… cuantas veces me ayudó a mí su sonrisa…
Un día mientras dábamos nuestro
paseo diario por el parque, le pregunté el motivo de su desprecio por estar con
la gente, él me respondió diciendo: “verás, llevo aquí más años de los que
puedas imaginar, ni siquiera yo los recuerdo, solo sé que he visto morir a
tanta gente que no quiero coger cariño a ninguna más.” Sinceramente al escuchar
esto me quedé perpleja, era la primera vez que le veía decir más de dos o tres
palabras y precisamente no las decía con un tono muy borde. Continué la
conversación diciendo: “coger cariño a la gente no tiene nada de malo, al fin y
al cabo todos morimos algún día.” “Sara, tu eres joven, tú no has visto como tu
familia moría en tus brazos y tu único hijo te abandonaba en esta residencia…
Sabes tú eres especial, Sara, hija mía, tú me has cambiado la vida.” Después de
decir eso no pude evitar las ganas de darle un abrazo, y así lo hice.
Desde aquel momento Gustavo era
una persona diferente hacía reír a la gente. Ayudaba a los demás, aunque él
tuviese problemas, eran más importantes los demás. Aquel hombre consiguió
cambiar esa residencia para siempre. Todos estaban contentos y alegres de vivir
en un sitio dónde se sentían especiales aunque hubiese o no una enfermedad que
les acechara, como a Gustavo, se guardó el secreto para seguir haciendo sentir
importante a los demás…
Él tenía problemas de corazón,
verdaderamente muy importantes, pero le deban igual. Hasta que un día, lamentablemente
para todos, le dio un infarto. Le llevaron a la enfermería y le atendieron lo
mejor posible, pero allí acabaron sus sonrisas que tanto nos ayudaron.
Recuerdo que no pude llorar más,
nunca había imaginado que ese momento llegaría y por desgracia, había llegado.
Fui al hospital a despedirme y allí en su lecho de muerte me repitió la frase
que me hizo quererle tanto: “Sara, hija mía, me has cambiado la vida.” Después cerró
los ojos y su corazón durmió para siempre.
que bonito...
ResponderEliminarME CORRIJO... ¡¡¡¡ES PRECIOSOOO!!!!
ResponderEliminarte has basado en algo????
ResponderEliminarEs una buena versión del cómic de "Arrugas" pero sin la enfermedad, quedándote sólo con el lado humano del personaje. Está muy bien pero le falta tensión, le falta un conflicto que desafíe al protagonista; por eso la historia resulta un poco plana. Falta gancho y falta elaborar más el lenguaje, como le he puesto a tu compañera en la leyenda de Toledo que ha publicado. ¡Gracias!
ResponderEliminar¡Muchas gracias PaMeSaMi! Me alegra que te haya gustado.
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