Guárdate los pensamientos o grítaselos al viento...

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domingo, 28 de abril de 2013

Injusticia en Toledo



La gente llena la plaza, todos gritan el nombre de las mercancías que venden para llamar la atención de gente como yo. La gente compra y vuelve a su casa cargada de alimentos que más tarde se convertirán en la cena. Todos pasan de largo despreocupados y alegres, como si nada en este mundo fuese mal, pero se equivocan, todo va mal. La inquisición puede con todo, mejor dicho, con todos. Da igual que grites o que tus argumentos sean realmente buenos, ellos siempre tienen la razón. Mi padre, como muchos otros, no quiere darse cuenta de la gravedad de la situación y, aunque se diese cuenta, no haría nada al respecto. La cobardía abunda en esta ciudad, pocos tienen las agallas de enfrentarse, y los que lo hacen mueren. Comienzo a caminar arrastrando los pies cuando, de pronto, alguien me agarra del brazo. Es Samuel, mi mejor amigo desde que apenas era una niña, me sonríe. "¿Comprando?" me pregunta, niego con la cabeza, "paseando entonces" dice, "pensando" le contesto. Caminamos en dirección a la judería en silencio, al  llegar, el silencio se rompe. Una mujer gritando pasa corriendo a nuestro lado, un humo se eleva a lo lejos. Mi amigo me suelta la mano,"¡vete!" me grita. Me avergüenza decir que no replico y empiezo a correr hacia mi casa.  Al llegar mi padre me saluda, pero paso de largo y voy corriendo a mi habitación. La realidad me golpea como un cubo de  agua fría, he dejado a mi amigo en medio de un podgrom. Soy una cobarde. Me siento terriblemente avergonzada. Comienzo a llorar y tras unos minutos en silencio y sin darme cuenta me quedo dormida. El sol empieza a salir, no se cuanto tiempo llevo dormida. Después de recordar salgo a la calle corriendo como alma que lleva el diablo. Vivo cerca de la catedral y la judería no queda lejos. Al llegar, el corazón se me para y contengo la respiración. El humo continúa inundando el aire, pero eso no es lo peor: familias enteras frente a lo que antes eran sus casas, niños sollozando "¡papá, mamá!", mujeres gritando, gente que todavía trata de apagar las llamas. Entre tanta gente será imposible encontrar a una persona. ¿Y si está muerto?, esta pregunta consigue hacerme llorar. Es entonces cuando oigo mi nombre. Me giro buscando esa voz que no parece estar muy lejos. Cuando comienzo a desesperarme unos brazos me cogen: es mi padre. Tras un torrente de preguntas, comienza la caminata de vuelta a casa. Casi he llegado, me doy la vuelta una última vez, acto seguido grito y comienzo a correr. Es Samuel, está allí, sano y salvo, un poco chamuscado, pero aquello no importa, está y eso es lo importante. Alguien me agarra, unas manos frías y duras, al mirar a mi alrededor  comprendo lo que sucede. Samuel no está a salvo, ni mucho menos, se lo están llevando para ser juzgado. "Apártate", me dice el hombre que me sujeta, pero en este momento, yo ya no tengo miedo, me pongo frente a Samuel y digo :"por encima de mi cadáver". Samuel grita: "¡no lo hagas, nos juzgarán a los dos!". Entonces, mi padre llega, en el momento oportuno para oír: "bien, os llevaremos a ambos". No tengo muy claro lo que sucede a continuación, solo se oyen gritos y más gritos, es entonces cuando uno pierde los nervios, veo a mi padre caer al suelo con una espada clavada en el pecho: acto seguido, me desmayo.
Abro los ojos, Samuel me mira preocupado, mi cabeza da vueltas. Cuando miro a mi alrededor, descubro que estoy en una habitación vacía y oscura que huele a humo.  "Mi padre..." murmuro, Samuel me mira, "lo siento" dice, "no pude hacer nada". Las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas. Ahora estamos solos, solo nosotros para cuidar el uno del otro. Aprieto los puños con fuerza, la rabia inunda mi cuerpo y mi alma. Samuel me rodea con sus brazos.  El mundo es muy injusto; los indiferentes no hacen nada, los poderosos consiguen lo que quieren, los inquisidores siguen cometiendo injusticias, los justos son ajusticiados, y los que piensan de manera distinta se callan o esperan entre los escombros la más mínima oportunidad de ser escuchados.

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