Todo depende de la luz,
de la manera de iluminar las cosas...
Todo depende de la forma,
de los contornos,
de las interpolaciones
y de las dudas.
Todo también depende
de que el tiempo nos marque,
de que los espacios nos den los titulares.
El verdadero problema es elegir entre
perseguir las sombras
o resignarse a ser el perseguido.
Un extraño "To be or not to be"
en este casi ser
en este casi no ser.
Salir desde las sombras
o hacer las sombras perdurables.
Y en la última etapa del abismo
después de liberar a los otros,
a todos los que son los otros,
recordar,
sin urgencias,
que uno es el preso.
Y a partir de allí...
liberarse.
Para entender la dependencia, vale la pena empezar a pensarnos de alguna manera liberados y de muchas maneras prisioneros. En este "casi ser y casi no ser" que evoca el poeta, pensarnos desde la pregunta: ¿Qué sentido y qué importancia le dará cada uno de nosotros al hecho de depender o no de otros?
Retomo aquí el lugar donde una vez abandoné una idea, que definí con una palabra inventada: Autodependencia.
¿no había ya suficientes palabras que incluyeran la misma raíz?
Dependencia
Co-dependencia
Inter-dependencia
In-dependencia
¿Hacía falta una más?
Creo que sí.
La palabra dependiente deriva de pendiente, que quiere decir literalmente que cuelga (de pendere), que está suspendido desde arriba, sin base, en el aire.
Pendiente significa también incompleto, inconcluso, sin resolver. Si es masculino designa un adorno, una alhaja que se lleva colgando como decoración. Si es femenino, define una inclinación, una cuesta hacia abajo presumiblemente empinada y peligrosa.
Con todos estos significados y derivaciones no es raro que la palabra de-pendencia evoque en nosotros estas imágenes que usamos como definición:
Dependiente es aquel que se cuelga de otro, que vive como suspendido en el aire, sin base, como si fuera un adorno que ese otro lleva. Es alguien que está cuesta abajo, permanentemente incompleto, eternamente sin resolución.
Había una vez un hombre que padecía un miedo absurdo, temía perderse entre los demás. Todo empezó una noche, en una fiesta de disfraces, cuando él era muy joven. Alguien había sacado una foto en la que aparecían en hilera todos los invitados. Pero al verla, él no se había podido reconocer. El hombre elegido un disfraz de pirata, con un parche en el ojo y un pañuelo en la cabeza, pero muchos habían ido disfrazados de un modo similar. Su maquillaje consistía en un fuerte rubor en las mejillas y un poco de tizne simulando un bigote, pero disfraces que incluyeran bigotes y mofletes pintados había unos cuantos. Él se había divertido mucho en la fiesta, pero en la foto todos parecían estar muy divertidos. Finalmente recordó que al momento de la foto él estaba del brazo de una rubia, entonces intentó ubicarla por esa referencia; pero fue inútil: más de la mitad de las mujeres eran rubias y no pocas se mostraban en la foto del brazo de piratas.
El hombre quedó muy impactado por esa vivencia y, a causa de ello, durante años no asistió a ninguna reunión por temor a perderse de nuevo.
Pero un día se le ocurrió una solución: cualquiera fuera el evento, a partir de entonces, el se vestiría siempre de marrón. Camisa marrón, pantalón marrón, saco marrón, medias y zapatos marrones. "Si alguien saca una foto, siempre podré saber que el de marrón soy yo", se dijo.
Con el paso del tiempo, nuestro héroe tuvo cientos de oportunidades para confirmar su ausencia: al tropezarse espejos de las grandes tiendas, viéndose reflejado junto a otros que caminaban por ahí, se repetía tranquilizador: "Yo soy el hombre de marrón".
Durante el invierno que siguió, unos amigos le regalaron un pase para disfrutar de una tarde en una sala de baños de vapor. El hombre aceptó gustoso; nunca había estado en un sitio como ese y había escuchado de boca de sus amigos las ventajas de la ducha escocesa, del baño finlandés y del sauna aromático.
Legó al lugar, le dieron dos toallones y lo invitaron a entrar en un pequeño box para desvestirse. El hombre se quitó el saco, el pantalón, el pullóver, la camisa, los zapatos, las medias... y cuando estaba a punto de quitarse los calzoncillos, se miró al espejo y se paralizó. "Si me quito la última prenda, quedaré desnudo como los demás", pensó. "¿Y si me pierdo? ¿Cómo podré identificarme si no cuento con esta referencia que tanto me ha servido?"
Durante más de un cuarto de hora se quedó en el box con su ropa interior puesta, dudando y pensando si debía irse... Y entonces se dio cuenta que, si bien no podía permanecer vestido, probablemente pudiera mantener alguna señal de identificación. Con mucho cuidado quitó la hebra de pulóver que traía y se la ató al dedo mayor de su pie derecho. "Debo recordar esto por si me pierdo: el que tiene la hebra marrón en el dedo soy yo", se dijo.
Sereno ahora, con su credencial, se dedicó a disfrutar del vapor,los baños y un poco de natación, sin notar que entre idas y zambullidas la lana se resbaló de su dedo y quedó flotando en el agua de la piscina. Otro hombre que nadaba cerca le comentó a su amigo: "Qué casualidad, este es el color que siempre quiero describirle a mi esposa para que me teja una bufanda; me voy a llevar la hebra para que busque la lana del mismo color". Y tomando la hebra que flotaba en el agua, viendo que no tenía dónde guardarla, se le ocurrió atársela en el dedo mayor del pie derecho.
Mientras tanto, el protagonista de esta historia había terminado de probar todas las opciones y llegaba a su box para vestirse. Entró confiado, pero al terminar de secarse, cuando se miró en el espejo, con horror advirtió que estaba totalmente desnudo y que no tenía la hebra en el pie. "Me perdí", se dijo temblando, y salió a recorrer el lugar en busca de la hebra marrón que lo identificaba. Pocos minutos después observando detenidamente en el piso, se encontró con el pie de orto hombre que llevaba el trozo de lana marrón en su dedo. Tímidamente se acercó a él y le dijo: "Disculpe señor. Yo sé quién es usted, ¿me podría decir quién soy yo?"
Y aunque no lleguemos al extremo de depender de otros para que nos digan quienes somos, estaremos estaremos cerca si renunciamos a nuestros ojos y nos vamos solamente a través de los ojos de los demás. Depender significa literalmente entregarme voluntariamente a que otro me lleve y me traiga, a que otro arrastre mi conducta según su voluntad y no según la mía. La dependencia es para mí una instancia siempre oscura y enfermiza, una alternativa que, aunque quiera ser justificada por miles de argumentos, termina conduciendo irremediablemente a la imbecilidad.
La palabra imbécil la hemos heredado de los griegos, quienes la usaban para llamar a aquellos que vivían apoyándose sobre los demás, los que dependían de alguien para poder caminar.
Y no estoy hablando de los individuos transitoriamente en crisis, de heridos y enfermos, de discapacitados genuinos, de débiles mentales, de niños ni de jóvenes inmaduros. Éstos viven, con toda la seguridad, dependientes, no hay nada malo ni de terrible en esto, porque naturalmente no tienen la capacidad ni la posibilidad de dejar de serlo.
Pero aquellos adultos sanos que sigan eligiendo depender de otros se volverán, con el tiempo, imbéciles sin retorno. Muchos de ellos han sido educados para serlo, porque hay padres que liberan y hay padres que imbecilizan.
Hay padres que invitan a sus hijos a elegir devolviéndoles la responsabilidad sobre sus vidas a medida que crecen, y también hay padres que prefieren estar siempre cerca "Para ayudar", "Por si acaso", "Porque él (cuarenta y dos años) es tan ingenuo" y "Porque ¿para qué está la planta que hemos ganado si no es para ayudar a nuestros hijos?".
Esos padres morirán algún día y esos hijos van a terminar intentando usarnos a nosotros como el bastón sustituyente.
No puedo justificar la dependencia porque no quiero avalar la imbecilidad.
Existen varias clases de imbéciles:
Los imbéciles intelectuales, que son aquellos que creen que no les da la cabeza (o temen que se les gaste si la usan) y entonces le preguntan al otro: ¿Cómo soy? ¿Qué tengo que hacer? ¿A dónde tengo que ir? Y cuando tienen que tomar una decisión van por el mundo preguntando "Tú ¿qué harías en mi lugar?". Ante cada acción construyen un equipo de ascensores para que piense por ellos. Como en verdad creen que no pueden pensar, depositan su capacidad de pensar en otros, los cual es bastante inquietante. El gran peligro es que a veces son confundidos con la gente genuinamente considerada y amable, y pueden terminar, por confluyentes, siendo muy populares.
Los imbéciles afectivos son aquellos que dependen todo el tiempo de que alguien les diga que los quiere, que los ama, que son lindos, que son buenos...
- ¿Me quieres?
- Si, te quiero...
- ¿Te molesto?
- ¿Qué cosa?
- Mi pregunta
- No, ¿porqué me iba a molestar?
- Ah... ¿Me sigues queriendo?
(¡Para pegarle!)
Un imbécil afectivo está permanentemente a la búsqueda de otro que le repita que nunca, nunca, nunca lo va a dejar de querer. Todos sentimos el deseo normal de ser queridos por la persona que amamos, pero otra cosa es vivir para confirmarlo.
Y por último...
Los imbéciles morales, sin duda los más peligrosos de todos. Son los que necesitan permanentemente aprobación del afuera para tomar sus decisiones.
El imbécil morales alguien que necesita a otro para que le diga si lo que hace está bien o mal, alguien que todo el tiempo está pendiente de si lo que quiere hacer corresponde o no corresponde, si es o no lo que el otro o la mayoría harían.
Cuando alguno de estos modelos de dependencia se agudiza y se deposita en una sola persona del entorno, el individuo puede llegar a creer sinceramente que no podría subsistir sin el otro. Por lo tanto, empieza a condicionar cada conducta a ese vínculo patológico al que se siente a la vez como su salvación y su calvario. Todo lo que hace está inspirado, dirigido, producido o dedicado a halagar, enojar, seducir, premiar o castigar a aquel de quien depende.
Este tipo de imbéciles son los individuos que modernamente la psicología llama COdependientes.
Un codependiente es un individuo que padece una enfermedad similar a cualquier adicción, diferenciada solo por el hecho de que su "droga" es un determinado tipo de personas o una persona en particular.
Exactamente igual que cualquier otro síndrome adictivo, el codependiente es portador de una personalidad proclive a las adicciones y se puede, llegando al caso, realizar actos casi irracionales para proveerse "la droga". Y como sucede en la mayoría de las adicciones, si se viera bruscamente privado de ella podría caer en un cuadro de abstinencia.
La codependencia es el grado superlativo de la dependencia enfermiza. La adicción queda escondida detrás de la valoración amorosa y la conducta dependiente se incrusta en la personalidad como la idea: "No puedo vivir sin ti".
Siempre alguien argumenta:
-...Pero, si yo amo a alguien, y lo amo con todo mi corazón, ¿no es cierto acaso que no puedo vivir sin él?
Y yo siempre contesto:
- No, la verdad es que no.
La verdad es que siempre puedo vivir sin otro, siempre, y hay dos personas que deberían saberlo: yo y el otro. Me parece horrible que alguien piense que yo no puedo vivir sin él y crea que si decide irse, me muero... Me aterra la idea de convivir con que alguien crea que soy imprescindible en su vida.
Estos pensamientos son siempre de una manipulación y una exigencia siniestras.
El amor siempre es positivo y maravilloso, nunca es negativo, pero puede ser la excusa que yo utilizo para volverme adicto.
Por eso suelo decir que el codependiente no ama; él necesita, él reclama, él depende, pero no ama.
Sería bueno empezar a deshacernos de nuestras adicciones a las personas, abandonar esos espacios de dependencia y ayudar al otro a que supere los propios.
Me encantaría que la gente que yo quiero me quisiera; pero si esa gente no me quiere, me encantaría que me lo dijera y se fuera (o que no me lo diga pero se fuera). Porque no quiero estar al lado de quien no quiere estar conmigo...
Es muy doloroso. Pero siempre será mejor que si te quedas engañándome.
Dice Antonio Porchiga en su libro de Voces:
"Han dejado de engañarte, no de quererte, y sufres como si hubieran dejado de quererte".
Claro, a todos nos gustaría evitar la odiosa frustración de no ser queridos. A veces, para lograrlo, nos volvemos neuróticamente manipuladores: Manejo la situación para poder engañarme y creer que me seguís queriendo, que seguís siendo mi punto de apoyo, mi bastón.
Y empiezo a descender. Me voy metiendo en un pozo cada vez más oscuro buscando la iluminación del encuentro.
El primer peldaño es intentar transformarse en una necesidad para ti mismo.
Me vuelvo tu proveedor selectivo: te doy todo lo que quieras, trato de complacerte, me pongo a tu disposición para cualquier cosa que necesites, intento que dependas de mí. Trato de generar una relación adictiva, reemplazo mi deseo de ser querido por el de ser necesitado. Porque ser necesitado se parece tanto a veces a ser querido... Si me necesitas, me llamas, me pides, me delegas tus cosas y hasta puedo creer que me estas queriendo.
Pero a veces, a pesar de todo lo que hago para que me necesites,
tú no pareces necesitarme. ¿Qué hago? Bajo un escalón más.
Intento que tengas lástima...
Porque la lástima también se parece a ser querido...
Así, me hago la víctima (Yo que te quiero tanto... y tú no me quieres), quizás...
Este camino se transita demasiado frecuentemente. De hecho,
de alguna manera todos hemos pasado por ese jueguito. Quizá no tan insistentemente como para dar lástima, pero quién no dijo:
"¡Cómo me haces esto a mí!"
"Yo no esperaba esto de ti, estoy muy defraudado... estoy tan dolorido..."
"No me importa si no me quieres... yo si que te quiero".
Pero la bajada continúa...
¿Y si consigo que te apiades de mí? ¿Qué hago? ¿Soporto tú indiferencia?...
¡Jamás!
Si llegué hasta ahí, por lo menos voy a tratar de conseguir que me odies.
A veces uno se saltea alguna etapa... baja dos escalones al mismo tiempo y salta de la búsqueda de volverse necesitado directamente al odio, sin solución de continuidad. Porque, en verdad, lo que no soporta es la indiferencia.
Y sucede que uno se topa con gente mala, tan mala que...
¡ni siquiera quiere odiarnos! Qué malas personas, ¿verdad?
Quiero que aunque sea me odies y no lo consigo.
Entonces... estoy casi en el fondo del pozo. ¿Qué hago?
Dado que de ti y de tu mirada, haría cualquier cosa para no tener que soportar tu indiferencia.
Y muchas veces bajo el último peldaño para poder tenerte pendiente:
Trato de que me tengas miedo.
Miedo de lo que puedo llegar a hacer o a hacerme.
Cuando la búsqueda de tu mirada se transforma en dependencia, el amor se transforma en una lucha por el poder. Caemos en la tentación de ponernos al servicio de otro, de manipular un poco su lástima, de darle bronca y hasta amenazarle con el abandono, con el maltrato o con nuestro propio sufrimiento...
Tomando como única condición el deseo sincero de superar la adicción, la codependencia se trata y se cura.
La propuesta es:
El hombre quedó muy impactado por esa vivencia y, a causa de ello, durante años no asistió a ninguna reunión por temor a perderse de nuevo.
Pero un día se le ocurrió una solución: cualquiera fuera el evento, a partir de entonces, el se vestiría siempre de marrón. Camisa marrón, pantalón marrón, saco marrón, medias y zapatos marrones. "Si alguien saca una foto, siempre podré saber que el de marrón soy yo", se dijo.
Con el paso del tiempo, nuestro héroe tuvo cientos de oportunidades para confirmar su ausencia: al tropezarse espejos de las grandes tiendas, viéndose reflejado junto a otros que caminaban por ahí, se repetía tranquilizador: "Yo soy el hombre de marrón".
Durante el invierno que siguió, unos amigos le regalaron un pase para disfrutar de una tarde en una sala de baños de vapor. El hombre aceptó gustoso; nunca había estado en un sitio como ese y había escuchado de boca de sus amigos las ventajas de la ducha escocesa, del baño finlandés y del sauna aromático.
Legó al lugar, le dieron dos toallones y lo invitaron a entrar en un pequeño box para desvestirse. El hombre se quitó el saco, el pantalón, el pullóver, la camisa, los zapatos, las medias... y cuando estaba a punto de quitarse los calzoncillos, se miró al espejo y se paralizó. "Si me quito la última prenda, quedaré desnudo como los demás", pensó. "¿Y si me pierdo? ¿Cómo podré identificarme si no cuento con esta referencia que tanto me ha servido?"
Durante más de un cuarto de hora se quedó en el box con su ropa interior puesta, dudando y pensando si debía irse... Y entonces se dio cuenta que, si bien no podía permanecer vestido, probablemente pudiera mantener alguna señal de identificación. Con mucho cuidado quitó la hebra de pulóver que traía y se la ató al dedo mayor de su pie derecho. "Debo recordar esto por si me pierdo: el que tiene la hebra marrón en el dedo soy yo", se dijo.
Sereno ahora, con su credencial, se dedicó a disfrutar del vapor,los baños y un poco de natación, sin notar que entre idas y zambullidas la lana se resbaló de su dedo y quedó flotando en el agua de la piscina. Otro hombre que nadaba cerca le comentó a su amigo: "Qué casualidad, este es el color que siempre quiero describirle a mi esposa para que me teja una bufanda; me voy a llevar la hebra para que busque la lana del mismo color". Y tomando la hebra que flotaba en el agua, viendo que no tenía dónde guardarla, se le ocurrió atársela en el dedo mayor del pie derecho.
Mientras tanto, el protagonista de esta historia había terminado de probar todas las opciones y llegaba a su box para vestirse. Entró confiado, pero al terminar de secarse, cuando se miró en el espejo, con horror advirtió que estaba totalmente desnudo y que no tenía la hebra en el pie. "Me perdí", se dijo temblando, y salió a recorrer el lugar en busca de la hebra marrón que lo identificaba. Pocos minutos después observando detenidamente en el piso, se encontró con el pie de orto hombre que llevaba el trozo de lana marrón en su dedo. Tímidamente se acercó a él y le dijo: "Disculpe señor. Yo sé quién es usted, ¿me podría decir quién soy yo?"
Y aunque no lleguemos al extremo de depender de otros para que nos digan quienes somos, estaremos estaremos cerca si renunciamos a nuestros ojos y nos vamos solamente a través de los ojos de los demás. Depender significa literalmente entregarme voluntariamente a que otro me lleve y me traiga, a que otro arrastre mi conducta según su voluntad y no según la mía. La dependencia es para mí una instancia siempre oscura y enfermiza, una alternativa que, aunque quiera ser justificada por miles de argumentos, termina conduciendo irremediablemente a la imbecilidad.
La palabra imbécil la hemos heredado de los griegos, quienes la usaban para llamar a aquellos que vivían apoyándose sobre los demás, los que dependían de alguien para poder caminar.
Y no estoy hablando de los individuos transitoriamente en crisis, de heridos y enfermos, de discapacitados genuinos, de débiles mentales, de niños ni de jóvenes inmaduros. Éstos viven, con toda la seguridad, dependientes, no hay nada malo ni de terrible en esto, porque naturalmente no tienen la capacidad ni la posibilidad de dejar de serlo.
Pero aquellos adultos sanos que sigan eligiendo depender de otros se volverán, con el tiempo, imbéciles sin retorno. Muchos de ellos han sido educados para serlo, porque hay padres que liberan y hay padres que imbecilizan.
Hay padres que invitan a sus hijos a elegir devolviéndoles la responsabilidad sobre sus vidas a medida que crecen, y también hay padres que prefieren estar siempre cerca "Para ayudar", "Por si acaso", "Porque él (cuarenta y dos años) es tan ingenuo" y "Porque ¿para qué está la planta que hemos ganado si no es para ayudar a nuestros hijos?".
Esos padres morirán algún día y esos hijos van a terminar intentando usarnos a nosotros como el bastón sustituyente.
No puedo justificar la dependencia porque no quiero avalar la imbecilidad.
Existen varias clases de imbéciles:
Los imbéciles intelectuales, que son aquellos que creen que no les da la cabeza (o temen que se les gaste si la usan) y entonces le preguntan al otro: ¿Cómo soy? ¿Qué tengo que hacer? ¿A dónde tengo que ir? Y cuando tienen que tomar una decisión van por el mundo preguntando "Tú ¿qué harías en mi lugar?". Ante cada acción construyen un equipo de ascensores para que piense por ellos. Como en verdad creen que no pueden pensar, depositan su capacidad de pensar en otros, los cual es bastante inquietante. El gran peligro es que a veces son confundidos con la gente genuinamente considerada y amable, y pueden terminar, por confluyentes, siendo muy populares.
Los imbéciles afectivos son aquellos que dependen todo el tiempo de que alguien les diga que los quiere, que los ama, que son lindos, que son buenos...
- ¿Me quieres?
- Si, te quiero...
- ¿Te molesto?
- ¿Qué cosa?
- Mi pregunta
- No, ¿porqué me iba a molestar?
- Ah... ¿Me sigues queriendo?
(¡Para pegarle!)
Un imbécil afectivo está permanentemente a la búsqueda de otro que le repita que nunca, nunca, nunca lo va a dejar de querer. Todos sentimos el deseo normal de ser queridos por la persona que amamos, pero otra cosa es vivir para confirmarlo.
Y por último...
Los imbéciles morales, sin duda los más peligrosos de todos. Son los que necesitan permanentemente aprobación del afuera para tomar sus decisiones.
El imbécil morales alguien que necesita a otro para que le diga si lo que hace está bien o mal, alguien que todo el tiempo está pendiente de si lo que quiere hacer corresponde o no corresponde, si es o no lo que el otro o la mayoría harían.
Cuando alguno de estos modelos de dependencia se agudiza y se deposita en una sola persona del entorno, el individuo puede llegar a creer sinceramente que no podría subsistir sin el otro. Por lo tanto, empieza a condicionar cada conducta a ese vínculo patológico al que se siente a la vez como su salvación y su calvario. Todo lo que hace está inspirado, dirigido, producido o dedicado a halagar, enojar, seducir, premiar o castigar a aquel de quien depende.
Este tipo de imbéciles son los individuos que modernamente la psicología llama COdependientes.
Un codependiente es un individuo que padece una enfermedad similar a cualquier adicción, diferenciada solo por el hecho de que su "droga" es un determinado tipo de personas o una persona en particular.
Exactamente igual que cualquier otro síndrome adictivo, el codependiente es portador de una personalidad proclive a las adicciones y se puede, llegando al caso, realizar actos casi irracionales para proveerse "la droga". Y como sucede en la mayoría de las adicciones, si se viera bruscamente privado de ella podría caer en un cuadro de abstinencia.
La codependencia es el grado superlativo de la dependencia enfermiza. La adicción queda escondida detrás de la valoración amorosa y la conducta dependiente se incrusta en la personalidad como la idea: "No puedo vivir sin ti".
Siempre alguien argumenta:
-...Pero, si yo amo a alguien, y lo amo con todo mi corazón, ¿no es cierto acaso que no puedo vivir sin él?
Y yo siempre contesto:
- No, la verdad es que no.
La verdad es que siempre puedo vivir sin otro, siempre, y hay dos personas que deberían saberlo: yo y el otro. Me parece horrible que alguien piense que yo no puedo vivir sin él y crea que si decide irse, me muero... Me aterra la idea de convivir con que alguien crea que soy imprescindible en su vida.
Estos pensamientos son siempre de una manipulación y una exigencia siniestras.
El amor siempre es positivo y maravilloso, nunca es negativo, pero puede ser la excusa que yo utilizo para volverme adicto.
Por eso suelo decir que el codependiente no ama; él necesita, él reclama, él depende, pero no ama.
Sería bueno empezar a deshacernos de nuestras adicciones a las personas, abandonar esos espacios de dependencia y ayudar al otro a que supere los propios.
Me encantaría que la gente que yo quiero me quisiera; pero si esa gente no me quiere, me encantaría que me lo dijera y se fuera (o que no me lo diga pero se fuera). Porque no quiero estar al lado de quien no quiere estar conmigo...
Es muy doloroso. Pero siempre será mejor que si te quedas engañándome.
Dice Antonio Porchiga en su libro de Voces:
"Han dejado de engañarte, no de quererte, y sufres como si hubieran dejado de quererte".
Claro, a todos nos gustaría evitar la odiosa frustración de no ser queridos. A veces, para lograrlo, nos volvemos neuróticamente manipuladores: Manejo la situación para poder engañarme y creer que me seguís queriendo, que seguís siendo mi punto de apoyo, mi bastón.
Y empiezo a descender. Me voy metiendo en un pozo cada vez más oscuro buscando la iluminación del encuentro.
El primer peldaño es intentar transformarse en una necesidad para ti mismo.
Me vuelvo tu proveedor selectivo: te doy todo lo que quieras, trato de complacerte, me pongo a tu disposición para cualquier cosa que necesites, intento que dependas de mí. Trato de generar una relación adictiva, reemplazo mi deseo de ser querido por el de ser necesitado. Porque ser necesitado se parece tanto a veces a ser querido... Si me necesitas, me llamas, me pides, me delegas tus cosas y hasta puedo creer que me estas queriendo.
Pero a veces, a pesar de todo lo que hago para que me necesites,
tú no pareces necesitarme. ¿Qué hago? Bajo un escalón más.
Intento que tengas lástima...
Porque la lástima también se parece a ser querido...
Así, me hago la víctima (Yo que te quiero tanto... y tú no me quieres), quizás...
Este camino se transita demasiado frecuentemente. De hecho,
de alguna manera todos hemos pasado por ese jueguito. Quizá no tan insistentemente como para dar lástima, pero quién no dijo:
"¡Cómo me haces esto a mí!"
"Yo no esperaba esto de ti, estoy muy defraudado... estoy tan dolorido..."
"No me importa si no me quieres... yo si que te quiero".
Pero la bajada continúa...
¿Y si consigo que te apiades de mí? ¿Qué hago? ¿Soporto tú indiferencia?...
¡Jamás!
Si llegué hasta ahí, por lo menos voy a tratar de conseguir que me odies.
A veces uno se saltea alguna etapa... baja dos escalones al mismo tiempo y salta de la búsqueda de volverse necesitado directamente al odio, sin solución de continuidad. Porque, en verdad, lo que no soporta es la indiferencia.
Y sucede que uno se topa con gente mala, tan mala que...
¡ni siquiera quiere odiarnos! Qué malas personas, ¿verdad?
Quiero que aunque sea me odies y no lo consigo.
Entonces... estoy casi en el fondo del pozo. ¿Qué hago?
Dado que de ti y de tu mirada, haría cualquier cosa para no tener que soportar tu indiferencia.
Y muchas veces bajo el último peldaño para poder tenerte pendiente:
Trato de que me tengas miedo.
Miedo de lo que puedo llegar a hacer o a hacerme.
Cuando la búsqueda de tu mirada se transforma en dependencia, el amor se transforma en una lucha por el poder. Caemos en la tentación de ponernos al servicio de otro, de manipular un poco su lástima, de darle bronca y hasta amenazarle con el abandono, con el maltrato o con nuestro propio sufrimiento...
Tomando como única condición el deseo sincero de superar la adicción, la codependencia se trata y se cura.
La propuesta es:
Abandonar TODA dependencia
Ésta no es ninguna originalidad, todos los colegas, maestros, gurúes y filósofos del mundo hablan de esto. E l problema es: ¿Hacia dónde abandonarla?
Los colegas han encontrado una solución, la INTERdependencia. En la interdependencia yo dependo de ti y tu dependes de mí.
Esta solución es, como mínimo, desagradable. Y de máxima, una elección del mal menor, una especie de terapia de sustitución. No me gusta como "soluciona" la interdependencia. Puede ser más sana o más enfermiza, pero de todos modos es un premio de consuelo, porque equivale a pensar que si bien yo dependo de ti, como tú también dependes de mí, no hay problema porque estamos juntos.
Siempre digo que los matrimonios del mundo se dividen en dos grandes grupos: aquellos donde ambos integrantes quieren haber sido elegidos una vez y para siempre, y aquellos a los que no les gusta ser elegidos todos los días, estar en una relación de pareja donde el otro siga sintiendo que que te vuelve a elegir. No por las mismas razones, pero te vuelve a elegir.
La interdependencia parece generar lazos indisolubles que se sostienen porque dependo y dependes, y no desde la elección actualizada de cada uno. Porque los interdependientes son dependientes; y cuando uno depende, ya no elige más...
Así que, aparentemente, solo queda una posibilidad:
La INdependencia.
Independencia quiere decir simplemente llegar a no depender de nadie. Y esto sería maravilloso si no fuera porque implica una mentira: nadie es independiente.
La independencia es una meta inalcanzable, un lugar utópico y virtual hacia el cual dirigirse, que no me parece mal como punto de dirección, pero que hace falta mostrar como imposible para no quedarnos en una eterna frustración.
¿Por qué es imposible la independencia?
Porque para ser independiente habría que ser autosuficiente, y nadie lo es. Nadie puede prescindir de los demás en forma permanente.
Ahora bien. Si la interdependencia es imposible... la codependencia es enfermiza... la interdependencia no es solución... y la dependencia no es deseable... ¿entonces qué? Entonces, yo inventé una palabra:
Autodependencia
(Esto es un pequeño libro escrito por Jorge Bucay que me ha parecido muy interesante y he decidido compartir. Cada cierto tiempo, publicaré algunos capítulos más)
(Esto es un pequeño libro escrito por Jorge Bucay que me ha parecido muy interesante y he decidido compartir. Cada cierto tiempo, publicaré algunos capítulos más)
Continuará...
Anonimo16... Está muy bien el texto y demás pero si quieres que la gente lo lea, creo que deberías dividirlo en más partes, ya que cuando uno ve la cantidad de palabras que has escrito le entra una pereza inexplicable... Pero muy reflexivo, mola.
ResponderEliminaresque a parte de esto ya lo he dividido en mas partes que so un poco mas cortas :)
EliminarTiene razón yo he visto esa abundancia y he dicho, mejor veo antes los comentarios, y si veo que son buenos me animo y... yo creo que ahora me lo tengo que leer.
ResponderEliminartienes que hacerlo más corto, no me he molestado en leerlo...
ResponderEliminaryo vi el borrador y sinceramente PEREZA es muy largo
ResponderEliminarSí, es verdad cuando ves tal cantidad de paplabras juntas, te entra un poco de pereza leerlo, por ello yo también creo que la próxima vez deberías dividirlo por párrafos, y cada día poner un poquito. :)
ResponderEliminarSí, estoy en parte de acuerdo con vosotros. En un blog, hay que tratar de publicar textos más breves, aunque tampoco hay que asustarse de los largos...
ResponderEliminarlo que pasa es que esto es la primera parte, porque en realidad, está dividido en más partes que ya ir publicando mas adelante
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